A toda persona, rica o pobre, alta o baja, gruesa o delgada, enferma o sana, a todas, nos agrada ser tratadas por nuestras respectivas parejas con dulzura y cariño. Si además estamos afectadas por una dolencia tan incomprendida por propios y extraños como es la Fibromialgia, esta premisa se convierte automáticamente en una necesidad absoluta.
Cuando el dolor golpea con furia nuestro cuerpo, el profundo cansancio domina nuestra vida hasta el agotamiento, la angustia atenaza nuestras almas, la ansiedad deviene en desesperanza, la tristeza atenaza con pétreo silencio y se torna en un estado depresivo difícil de superar... una mirada cómplice, una palabra a tiempo, una caricia oportuna, un abrazo sincero, un beso apropiado, pueden resultar la más sencilla y mejor de las terapias.
Lamentablemente este remedio, quizás por gratuito, queda relegado tanto en nuestra competitiva y estresante vida moderna, como en los tratados médicos y de farmacopea a un desvaído tercer plano. Mientras, desde las plataformas de otras disciplinas y de la omnipotente industria farmacéutica se investiga afanosamente en nuevos, rentables y comerciales, fármacos contra el dolor.
Me pregunto si no sería más apropiado, en época de crisis, envasar artesanalmente, en el ámbito familiar de nuestros hogares, humildes grageas multicolor contra achaques y dolores. Quizás, así, a todos nos fuera un poquito mejor.
Lamentablemente este remedio, quizás por gratuito, queda relegado tanto en nuestra competitiva y estresante vida moderna, como en los tratados médicos y de farmacopea a un desvaído tercer plano. Mientras, desde las plataformas de otras disciplinas y de la omnipotente industria farmacéutica se investiga afanosamente en nuevos, rentables y comerciales, fármacos contra el dolor.
Me pregunto si no sería más apropiado, en época de crisis, envasar artesanalmente, en el ámbito familiar de nuestros hogares, humildes grageas multicolor contra achaques y dolores. Quizás, así, a todos nos fuera un poquito mejor.
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